sábado, 9 de julio de 2011

Lo que sea

Por hoy no voy a escribir mamadas como acostumbro, tengo ganas de escribir en serio.

Pero ni siquiera es algo que yo escribí, lo escribió un señor que se llamaba Jaime Sabines y era de Chiapas.

Te quiero a las diez de la mañana, y a las once, y a las doce del día. 
Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia.
Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí. 

Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que estás hecha para mí, que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tú vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño.

Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días también, hay horas, en que no te conozco, en que me eres ajena como la mujer de otro. Me preocupan los hombres, me preocupo yo, me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti durante mucho tiempo. 

Ya ves. 

¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío?


Es mi puto blog y escribo lo que se me dé la gana.

Besitos.



sábado, 18 de junio de 2011

No eres tú...

Mira, no es mal pedo, la cosa es así:


Ese día yo iba con mis amigos de la chamba, sólo queríamos pistear un rato, bailar algunas charangas, perrear con reguetón, echar desmadre un rato, en fin, pasarla chido. Te vi llegar con tu bola de amigas y pues la neta estaban medio fieritas todas así que no las pelé mucho, digo, a pesar de que soy un macho alfa de melena plateada, no me ando metiendo con cualquier chancluda o sea jelou.


De repente ya estaba medio pisteado, te vi bailar, me viste verte bailar, te vi, me viste, nos vimos. Y pues fui a bailar contigo. Bailamos unas cumbias, después unas salsas, después empezó el reguetón y la verdad perreamos con madre. Nomás me acuerdo de ese bailecito y pasumecha marimar, se me para el corazón. El de arriba.


Ahora, enfrentémoslo: yo estaba pisteado, tú estabas pisteada, yo soy muy chingón para el perreo intenso con todo el flow yatúlosabe; las cosas se pusieron medio acá, medio locochonas y a pesar de que ibas con tu novio o peoresnada o sepa su madre qué era, pues nos besamos, ya sabes, acá el besito cachichurris bailando de a cartoncito de chelas y todo. Era bien temprano cuando me dijiste que ya tenías que irte, así que, como soy todo un caballero, te pedí tu teléfono para que no creyeras que sólo eras una aventura cantinera.


Me diste tu número de a deveras, ese fue el primer error, la regla de oro cuando te mamaseas a alguien estando pisteado es no dar tus datos reales.... pero eso lo tomé como una señal, quizás me estabas dando tu teléfono de verdad porque habías sentido el flechazo del amor.


Yo te llamé, después de los cuatro días de rigor, y para mi sorpresa te acordabas perfectamente de mí. Supinchemadre. Pensé que posiblemente eso era una señal. Te invité a salir. Aceptaste mi invitación a salir. Y salimos.


Dicen que de noche todos los perros son negros, o una madre así. Y es que te vi de día, sin estar pisteado, sin estar perreando. No es mal pedo, pero quedó demostrado que tengo malos ratos, y a veces malos gustos. Pero también sentí que teníamos algo más, algo en común, algo mágico.


Y entonces hablaste...


No es mal pedo, de verdad que no, pero es que... chale.


Digamos que no eres tú. Es el alcohol y el reguetón. Putamadre.